Durante este cuatrimestre, Ricardo nos ha propuesto pasar 24 horas practicando el ayuno digital, es decir un día entero sin hacer uso de las tecnologías. En un principio se nos planteó no usar las redes sociales, pero yo he ido más allá e intentado no hacer uso del mayor número de dispositivos electrónicos posibles (Apple Watch, Plataformas digitales de televisión, ordenador, etc.).
Ante todo, no soy una persona excesivamente enganchada a la tecnología, pero bien es cierto que están muy presentes en mi día a día, sobre todo WhatsApp que me permite conectarme constantemente con mi entorno y sabía que no poder usarla me iba a generar cuanto menos algo de nerviosismo.
El sábado 25 hablé con mis amigos para organizar un día en Madrid, pasear por el centro, tomar algo por La Latina, ver las luces de navidad, etc., y les propuse que lo hiciéramos como cuando teníamos 20 años y las redes sociales no habían invadido nuestro día a día "nada de tecnología ese día". Hubo todo tipo de reacciones y la ansiedad se palpaba en el ambiente, pero todos accedieron a este "experimento".
El domingo, viajé al centro en tren y en metro y lo que hubiese sido un trayecto ensimismado en la pantalla de mi móvil, se convirtió en un momento para observar a la gente que viajaba en mi vagón y ser aún más consciente de cómo la tecnología invade la vida de la mayoría.
Prácticamente nadie levantaba la mirada de su teléfono, a excepción de una pareja de abuelos que no paraban de discutir porque, según ella, iban a llegar tarde a la cita con sus hijos y nietos ya que el señor había decidido arreglar el fregadero a última hora y no había necesidad de ello.
El resto, YouTube por un lado, WhatsApp por el otro, o videojuegos más allá.
Llegué a Sol dónde había quedado con mis 4 amigos Diego, Elena, Javi y Marietta, y nadie había llegado todavía. Lo que hubiese hecho en otro momento sería abrir WhatsApp y empezar a bombardearlos con mensajes del tipo: "ya estoy aquí", "por dónde vais", "compartid ubicación", etc., pero decidí esperar pacientemente a que llegaran (me costó bastante).
Una vez que todos habían llegado decidimos ir a La Latina a tomar algo y la verdad que fue una experiencia maravillosa.
Echamos de menos nuestros móviles, sobre todo por el hecho de hacer las típicas fotos de grupo que después inundan las redes sociales para hacer ver al resto lo bien que lo estábamos pasando, pero en contrapartida pudimos hablar de todo, las conversaciones eran fluidas y las risas no paraban.
Hubo otro momento de "crisis tecnológica" en el paseo por las luces de navidad de la ciudad, estoy seguro que todos queríamos hacer miles de fotos a los árboles, guirnaldas, escaparates, etc., pero estoicamente vencimos la tentación y por primera vez contemplamos un escenario en directo sin buscar el encuadre perfecto a través de una pantalla.
La vuelta a casa fue parecida, todos el mundo pantalla en mano, mientras yo decidí abrir el libro Hija de la Fortuna de Isabel Allende y que me acompañase hasta casa.
Cuando llegué a casa, sabía que me iba a enfrentar a otro momento que habitualmente es muy tecnológico, donde suelo ponerme una película en alguna plataforma digital o bien utilizo Facebook o TikTok para entretenerme, pero decidí seguir con el libro que había empezado en el metro hasta que me venció el sueño.
En definitiva, esta experiencia me ha hecho viajar a mi adolescencia donde quedabas con tus amigos a una hora en un sitio y no había la necesidad de saber dónde estaban en cada momento, esperabas, llegaban y a disfrutar.
He de reconocer que he echado de menos la tecnología en algunos momentos pero he sido capaz de suplirla con otras actividades que me han gustado y que tenía un poco olvidadas.
La tecnología es necesaria, cada día más, pero animo a todo el que lea esto a que recupere momentos sin tecnología porque son muy gratificantes.
Esa noche dormí como un bebé.
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